de una mirada íntima,
un dulce y fugaz
destello de felicidad
me voy sintiendo atrapada
entre la noche y el día
en una ensoñación etérea
allá donde él quisiera llevarme.
La tímida luna
apenas ilumina
nuestras huellas,
el cielo tan oscuro
como el terciopelo
y no se veía
ni el rastro del alba aún.
Y el aire estaba cargado
de un embriagador
aroma a romance.
de un embriagador
aroma a romance.
Un vehemente deseo,
una agradable fragancia masculina
la respiración más rápida,
cada vez más superficial,
aforrándonos al amor
y aún perplejo deseo.
una agradable fragancia masculina
la respiración más rápida,
cada vez más superficial,
aforrándonos al amor
y aún perplejo deseo.
Y nuestras bocas se rozaron
en el más tentador
de los besos.
La marea de deseo invadió
en el más tentador
de los besos.
La marea de deseo invadió
y se arremolinó
sobre nuestros cuerpos
como si fuera un río eterno,
buscando un placer
aún más dulce y completo.
sobre nuestros cuerpos
como si fuera un río eterno,
buscando un placer
aún más dulce y completo.
Su voz flotaba en mis oídos
con borrosos murmullos,
en fragmentos de alabanzas,
consejos y deseo.
Moviéndonos instintivamente
de la manera que deseábamos,
ansiosos de satisfacer
nuestros caprichos
como un seductor éxtasis.
En esos momentos,
él era para mí un desconocido,
un hombre tierno y apremiante,
compañero a la vez que amante.
Un sueño, una visión dorada,
una aparición erótica,
que se esfumaría con las primeras
luces del alba.
Un hombre que respondía
a mis murmullos con medias sonrisas
y besos prolongados,
creando un mundo
de sensaciones ciegas.
En una especie de nube
excitante y confusa,
mientras violentas contracciones
de placer nos sacudían.
Respiramos hondo
y nos sumergimos
a la marea, la resaca,
a la espléndida e interrumpida vorágine
de unas sensaciones inimaginables.
Se prolongo la dulce agonía
hasta que cesaron
los últimos estremecimientos.
Y solo entonces,
se nos permitió
que las poderosas convulsiones
del éxtasis,
nublaran todo lo demás.
excitante y confusa,
mientras violentas contracciones
de placer nos sacudían.
Respiramos hondo
y nos sumergimos
a la marea, la resaca,
a la espléndida e interrumpida vorágine
de unas sensaciones inimaginables.
Se prolongo la dulce agonía
hasta que cesaron
los últimos estremecimientos.
Y solo entonces,
se nos permitió
que las poderosas convulsiones
del éxtasis,
nublaran todo lo demás.
por: TuLuz