Su risa se disolvía
como azúcar en el agua,
diluyéndose como fresca
dulzura por mis venas
hasta que me llene
de una conciencia
de vació y separación.
Nuestros sentidos escoraron violentamente
mis ojos se abrieron un instante
y su imagen quedó grabada
en mi mente para siempre.
Pronuncie tu nombre,
arrastrada por un doloroso éxtasis,
y cuando alcanzaba
el paroxismo del placer,
tus manos me sujetaron
aún más fuerte y
tus labios no abandonaron los míos
hasta el último temblor.
No me quedó nada
salvo las brasas,
levante mis espesas pestañas
para mirarte,
con mis ojos extraviados.
Me besaste suavemente
y sabías a almizcle,
mientras el placer
de nuestra unión
se desvanecía gradualmente.
Nos relajamos entrelazados
en un húmedo abrazo,
recuperando momentos
tan exquisitos, dulces
como la pasión precedente.
por: TuLuz